El poder de los sonidos

Hace un tiempo me dediqué a preguntar a familiares y amigos cuándo la música los había salvado, qué música los había ayudado alguna vez. Empecé por mi hijo adolescente, que con su precisión habitual pidió aclaraciones: - en qué sentido, mamá? sentimental? En qué otro sentido podría ayudarnos la música, pensé... Él, adivinando como tantas veces mi discurrir interior continuó: -yo me acuerdo de la melodía de los teléfonos, la nuestra es: bip bip bip cada bip, una nota diferente, o casi, porque el 8 y el 2 se repiten. Me sentí sorda... no podría reconocerla, ni reproducirla. Mi sensibilidad se resiste a los sonidos sintetizados. Mi lógica es de pulsos, no de tonos. De teléfono con disco que gira, y tarda en volver. Suspiré, me sacudí la brecha generacional e insistí: -¿De qué otra manera te ayuda?. Y me contó que le hacía bien cantar fuerte, sacar la voz, -¿por ejemplo? -alguna canción de Spinetta.. -cuál? -El tema de Pototo. Qué impacto...como uno a los quince; no todos son teléfonos y bips. Hay cosas que permanecen.
A ver, lector, te di unos segundos ¿Pensaste si alguna vez la música te rescató: una melodía, una sinfonía, una oración pagana, un mantra?
La pregunta no es fácil. En mi sondeo recibí variadas respuestas, y muchos silencios. ¿Rescatarme? no sé, la música me acompaña, no me salva, me dijo un monje zen, argentino, seguramente mucho más sabio que yo, y menos necesitado de ser rescatado. Aunque luego tomó conciencia de que cada vez que sale de su casa canta percusivamente, a lo Bobby Mcferrin, “dong bang ding di go gong”, como una especie de preparación para enfrentar el afuera. Una amiga me contó que a veces necesita caricias sonoras, y elije a Caetano Veloso. Evoco Lua de São Jorge, y confirmo que el mundo sería un lugar mucho más inhóspito sin la voz de Caetano acariciándonos. Otro amigo recordó cómo canturrear el Largo del Invierno de Vivaldi, lo ayudó a atravesar la angustia durante la operación de su madre. Hay melodías y sonidos que tienen un poder transformador, y sé que no hace falta ninguna habilidad musical especial para acceder a él.
Hace un tiempo, Ruth Viegener (artista plástica- video performer) me invito a Bariloche a dar un taller de música para su grupo de trabajo de video-arte. En un momento les pedí que inventaran una canción muy breve utilizando cualquier sonido, creando el idioma, que fuera producto de probar y jugar con la voz. Una participante, que el primer día del taller había jurado que jamás cantaría, volvió feliz con una canción muy vital, dispuesta a compartirla y pedirle ayuda al grupo para grabarla. Otra, que trabajaba con chicos con lesiones cerebrales, trajo una melodía muy sencilla, de seis notas, que era su último recurso, el infalible, cuando estos niños entraban en un estado de desesperación, y ella no encontraba cómo llegar a ellos para calmarlos. Cuando la tarareó, el efecto sobre todos fue increíble, e imposible de describir en palabras.
No hace muchos años que tomé conciencia de que esto estaba tan desarrollado en otras culturas. Mantras, ragas, sagas, escalas sagradas, sonidos para despertar chakras. En el siglo IV Jámblico narraba en uno de sus tratados que “Pitágoras consideraba que la música contribuía a mejorar la salud si se aplicaba de manera correcta”, que “había melodías para aplacar la ira, la agresividad y todos los trastornos psíquicos”.
Creo que todos los que amamos la música tenemos nuestra propia lista, más o menos consciente, más o menos mutable, de melodías y sonidos milagrosos. En la mía están el bansuri (flauta india) de Hariprasad Chaurasia, la armónica de Toots Thielemans en Affinity, el “Om Namaha Shiva” de Sheila Chandra, el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven, la versión de Eleanor Rigby de Caetano, la voz de Ayub Ogada, Elis Regina cantando Me deixas louca. Medicinas sin efectos secundarios para las aflicciones del alma.