Música y repetición


¿Qué sería, al fin de cuentas, la vida si no se diera ninguna repetición? (…)

El mundo, desde luego, jamás habría empezado a existir

si el Dios del cielo no hubiera deseado la repetición. 

Sören Kierkegaard, La repetición
¿Y qué sería de la música sin repetición? Estrofas, estribillos, la vuelta a un tema, motivos que retornan, fugas, cánones, Da Capos.
Sin embargo cuando sondeaba entre músicos sobre el sentido de la repetición, la mayoría señalaba que en la música en realidad no existe. Es cierto que no hay modo de repetir una nota, ni una frase “idénticamente”. La repetición parecería ser entonces como las brujas: no creemos en ellas, pero las nombramos, y que las hay… las hay.
Barenboim en una entrevista reciente nos ayuda a comprender: “La repetición en la música no es mecánica. La grandeza de la música pasa por su carácter irrepetible. Cuando se repite algo, ya es diferente porque se pasó por ese material.”
En realidad Kierkegaard se refiere a esta idea como la dialéctica de la repetición, fácil y sencilla: “lo que se repite, anteriormente ha sido, pues de lo contrario no podría repetirse. Ahora bien, el hecho de que lo que se repita sea algo que fue, es lo que confiere a la repetición su carácter de novedad.”
Pero vayamos más allá del significado de este concepto: ¿por qué nos resulta, como señala el filósofo danés, humana y divinamente necesaria? ¿es que existe un deseo inconsciente de orden, de percibir simetrías? ¿es que quizás nos permita cierto grado de predictibilidad? ¿o es que nos da seguridad, que nos tranquiliza, y que esta estabilidad también nos permite percibir la sorpresa?
En su libro “Contrapunto”, el reconocido musicólogo Diether de la Motte, hablando de Bach, Haendel, Vivaldi y Teleman se pregunta ¿quiénes de ellos se atreven con la insistencia y sencillez de las repeticiones literales? Y nos responde con ejemplos y cifras: Teleman sostiene un acorde de Sib durante siete compases en el Furioso final de su Musique de Table. Haendel hace sonar la misma secuencia de acordes (tónica dominante tónica) nueve veces en el final del famoso Hallelujah del Messias, cuatro en el “for ever and ever”, cinco en el “Hallelujah” (hasta Beethoven no hay fijaciones tan amplias de carácter similar). En cambio en Bach no encontramos nada semejante. En palabras de de la Motte “Bach teme la repetición”. Da como ejemplo la versión que Bach hace sobre el Concerto grosso, op.3, número 10 de Vivaldi, para cuatro violines solistas y orquesta de cuerda. Allí Bach inventa seis modelos distintos de movimiento para sus instrumentos solistas, para evitar la repetición vivaldiana (5 compases y medio iguales) que le resultaba “insoportable”.
Cuántas veces aparecerá el dilema de la repetición y la variación.
El musicólogo alemán termina este párrafo con lo que yo interpreto como una verdadera confesión: que hace años su opinión decantaba a favor de la versión bachiana, pero que hoy no puede elegir entre las versiones de Bach y de Vivaldi: “no sabría -nos dice- si el tratamiento más ingenioso de Bach añade riqueza, o si, por el contrario, pone en peligro la riqueza al reducir una vitalidad que entusiasma, por el riesgo de la sencillez.”

No hay comentarios: