¿Qué tienen para cantar las mujeres? (I)

Era adolescente cuando descubrí Ohos nos olhos. Sentí que Chico Buarque olvidaba por un rato su lugar arquetípico de varón para cantar un texto que sólo una mujer -abandonada– pronunciaría. Algo así como “cuando quieras volver a verme ya voy a estar rearmada, creéme. Mirándome a los ojos, quiero ver qué vas a decir,  quiero ver cómo vas a soportar verme tan feliz.” Muchas veces había oído a mujeres cantar en un tango, “angustia de sentirme abandonado y pensar que otro a tu lado, pronto te hablará de amor”. Sin embargo esto nunca me había sorprendido. Evidentemente, que una mujer aceptara el discurso masculino me resultaba natural;  en cambio, que un hombre fuera capaz de acercarse a esa vulnerabilidad y sensibilidad asignadas (y permitidas) a las mujeres,  ponerse  los "zapatos de tacón" de Penélope y cantar desde allí, no tanto.

Esta primera epifanía me llevó a buscar más canciones con ese clima, y a descubrir que no eran muchas. Me convencía cada vez más de que Chico en Olhos nos olhos,  también en Pedaço de mim, lograba descender  al infierno del abandono, con una visión diferente a la de tantas otras composiciones maravillosas como Ojalá y Nostalgias...  y que así, además, me iluminaba una búsqueda: ¿qué nos estamos perdiendo, si las canciones no muestran las partes del universo a las que los varones se asoman menos?

Pasó un tiempo, y fue un amigo quien me hizo oír Hejira y descubrir a Joni Mitchel. La Canción para Sharon, aún hoy, me arrulla en algunos momentos de desazón. Allí Joni se describe, chica, con blue jeans, escapándose a ver las bodas del pueblo, cuando el amor estimulaba sus ilusiones más que nada en el mundo. Le dice a Sharon, su hermana/amiga de la infancia, el amor es un peligro que se repite, me dirás que debería estar acostumbrada a ello, bueno..., al menos acepto los cambios un poco mejor de lo que solía. Y como final de esa carta, de ese viaje cantado, agrega: Sharon, vos tenés un marido, una familia y una granja, yo tengo la manzana de la tentación y una víbora de diamantes alrededor de mi brazo, sin embargo todavía tenés tu música, y yo aún tengo mi mirada en la tierra y el cielo, vos cantás para tus amigos y tu familia, y yo camino sobre el pasto, de vez en cuando. 
Tantas cosas me dispara esa estrofa: el costo de las elecciones vitales, las elecciones diferentes que nos alejan de seres amados, una víbora de diamantes, giras y discos que no llenan el vacío afectivo, la renuncia para criar a los hijos, la necesidad de volver a sentir los pies sobre la tierra, de recuperar el valor de cantar para los amigos. Todos temas que ocupan más espacio en las angustias femeninas que en las masculinas, sin duda...  ¿No sería bueno, para todos, que hubiera más de esto en las canciones del mundo? (continuará)


(Este artículo fue publicado en el periódico barrial El duende de San Nicolás hace varios años. Me llevó ese tiempo empezar a escribir el II, su continuará. Anoche empecé, después de escuchar a una de las varias amigas de mi hijo músico, veinteañeras que hacen canciones, y las cantan).

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